cuando aún era pequeño,
ese castillo de Drácula,
que imaginaba en mis sueños,
oscuro, vil, tenebroso,
perdido, lúgubre, tétrico
donde habitaba el vampiro,
muy cerca del cementerio
que te chupaba la sangre
para volverte uno de ellos.
Dormía en un ataúd
rodeado de misterio,
la luz le estaba vedada,
era la noche su reino
transformándose en murciélago.
Contra él no cabía espada,
mosquetón, pistola, fuego,
solo valía una estaca
que penetrara en su cuerpo,
lo demás simples juguetes
ante su poder eterno.
y sus colmillos de acero,
perfectamente afeitado,
impecable era su pelo,
muy elegante vestido,
con pajarita y chaleco
y una capa refulgente
de raso en rojo y en negro,
aunque jamás podrá verse
el pobre en ningún espejo.
Cómo sería, soñaba,
cuando aun era pequeño,
visitar ese castillo,
tan horrible, tan siniestro.
quizá sí, pero muy lejos,
imposible para mí,
pensar ni siquiera en ello,
dejando por cierto aparte,
¡qué daría mucho miedo!
Y sin embargo, ya veis,
conseguí cumplir el sueño
y en una apacible tarde,
en el transilvano suelo,
conseguí al fin penetrar
en tan preciado secreto.
Alzado en la alta colina,
de Bran, orgullo y señuelo,
aquí es donde vive Drácula
entre tumbas y esqueletos;
y dicen que al caer la noche,
a los cientos de turistas
que visitan su aposento,
se escucha el bronco chirrido
de la tapa de su féretro,
para salir a buscar,
nueva sangre entre los muertos,
con su elegante atavío
¡y sus colmillos de acero!
© A. Manrique Cerrato.- 2019
Escribí esta sencilla poesía, tras visitar el castillo de Vlad Tepes en Bran, Transilvania (Rumanía).
La emoción de haber estado en ese sitio tan especial me inspiró y en el autobús de vuelta a Bucarest quise plasmarla en el romance que, casi sin ningún retoque, podéis leer en esta entrada.
Desde luego es un lugar muy especial en el mundo que combina la leyenda, el misterio, la Historia, el paisaje... resultando un conjunto verdaderamente portentoso.
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